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De Bailarina Exótica Desconocida A Escritora Famosa

Sección:    Noticias Stripper   el  7 febrero, 2023   por Ugo Sybaris

Algunas bailarinas exóticas van por más que generar una fuente de ingresos. Ellas buscan aprovechar las circunstancias y la experiencia que han adquirido durante el tiempo que se han dedicado al mundo y al ambiente de los clubs nocturnos.

A veces nos sorprenden con capacidades narrativas inesperadas. Por ejemplo, Ahtziri Lagarde de Vice, o en ésta ocasión Romina Pistolas.

Conoce todos los detalles de ésta apasionante historia que llevó a Romina Pistolas a pasar de ser bailarina stripper a reconocida autora, en la valiosa entrevista realizada por Miguel Frías de El Clarin.

La stripper que le ocultó su vida a su familia y ahora la revela en una novela

Fuente: Clarin

Imagen: Lector.cl

Romina Pistolas nació en Chile y emigró a Australia. Su historia en el libro “Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa”.

La diferencia Melbourne-Buenos Aires es de catorce horas: desde Australia, Romina Pistolas atiende la videollamada a las 9.30 AM del día siguiente al que vive el autor de esta nota, en el atardecer porteño.

Tiene la mejor predisposición, pero cara de sueño. “Trabajé hasta tarde”, se disculpa.

Tal vez estuvo bailando en su strip club; tal vez, escribiendo literatura. Su historia como stripper —y el modo en que se lo ocultó a su familia durante una década— es muy parecida a la que narró en Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa, su primera novela, recién editada por el sello chileno Cuneta, que tiene en su catálogo a los argentinos César Aira, Ariana Harwicz y Hernán Ronsino, entre otros escritores de primera línea.

Romina nació en Puerto Varas en 1987 y se crió en Calbuco, ciudad insular del sur de Chile, de unos 35.000 habitantes.

A los 18 se mudó a Santiago, estudió inglés y, cinco años después. se fue a “experimentar” a Australia.

Tras varios trabajos monótonos que apenas le permitían sobrevivir, entró en el mundo de los clubes strippers en distintas ciudades australianas, amparada en el anonimato de la lejanía.

Su vida no sólo se transformó porque pasó a ganar muchísimo más dinero: como trabajadora sexual encontró su destino, un destino que narró muy bien en Carmen, nombre que le sugirió una colega (a ella o a la narradora del libro, quién sabe) para destacar su perfil latino entre gringos meridionales.

Se sintió, en parte, realizada. Tejió una red de amistades —eje de su novela— y hasta se casó con un cliente australiano del que luego se divorció.

El gran problema, el que alimentó sus trastornos de ansiedad, fue su familia o, en realidad, lo que ella pensaba que iba a pensar su familia sobre su oficio. Decidió no decirles a sus padres.

Estiró ese ocultamiento durante una década. Hasta que la inminencia de la publicación de su libro, ese modo alternativo de contar y desnudarse, la obligó a revelarles la verdad.

En América latina tenemos la idea equivocada de que la gente bonita es rubia, blanca, delgada y alta. Y yo no era nada de eso. En Australia descubrí que, para los gringos, era una belleza exótica, latina.

Romina Pistolas, escritora y bailarina stripper

-¿Cuándo llegaste a Australia y cómo empezaste a trabajar como bailarina stripper?

-Llegué en noviembre de 2012. Estuve en Sydney los primeros meses. Limpié casas, oficinas, locales comerciales y trabajé en una fábrica donde montaban lentes. Hasta que conocí a una chica chilena que me dijo que yo perdía plata, que a ella le iba superbien como bailarina stripper. Cuando me echaron de la fábrica me dije que era el momento: la llamé y me fui a vivir con ella a Adelaida.

-En tu libro, la narradora dice: “Mi primer día de stripper no fue muy diferente al primero de escuela. En ambas ocasiones pretendí ser más valiente de lo que en realidad era”. ¿Cómo fue en realidad tu debut?

-Tenía un montón de temores y curiosidad. La curiosidad pudo más. Sentí que estaba como en un sueño, por lo extraño. No sabía con qué iba a encontrarme. Tenía conceptos erróneos sobre un strip club y sobre el trabajo sexual, Temía que fuera un ambiente donde me forzaran a consumir drogas o a hacer hacer algo contra mi voluntad. Pero las normas del lugar no tenían nada que ver con lo que imaginaba. El primer día fue supercomplicado y superfácil. Pronto supe que era mi camino, lo que quería hacer.

-¿Cómo manejaste la inhibición?

-Yo pensaba: ok, te paras delante de gente, bailas como en cualquier lugar pero sobre un escenario, producida, más sensual, quitándote la ropa. Creo que todos tenemos una performer dentro. Me preguntaba cómo sería el lap dance (bailar para un solo cliente, siempre que exista consentimiento mutuo, sin contacto físico), cómo haría para entretener a alguien por diez minutos, quince, media hora o lo que hubiera pagado; cómo moverme, qué decirle. Descubrí que se trata de leer la situación, de aprender a cómo vincularte con el cliente, que también suele ser distinto de lo que una imagina.

-Esa primera noche notaste que las bailarinas, en su mayoría, eran rubias, altas y delgadas, y eso te hizo sentirte disminuida. ¿Tuviste que deconstruir la idea hegemónica que existe sobre la belleza?

-Claro. Ahora sé que hay tantos gustos como personas. Esa vez sentí que no estaba a la altura. En América latina tenemos la idea equivocada de que la gente bonita es rubia, blanca, delgada y alta. Y yo no era nada de eso. Tal vez, hasta que empecé a bailar, nunca me había sentido bonita: sabía, sí, que tenía cierto atractivo para algunas personas. En Australia descubrí que, para los gringos, era una belleza exótica, latina, deslumbrante. Empecé a cambiar la mentalidad: ahora me encanta la forma de mi nariz, muy de indígena chilena, y no creo que tenga que ser respingadita para resultar hermosa.

-Si te adaptaste rápido, ¿por qué tardaste una década en decirle a tu familia de qué trabajabas?

-Lo oculté tantos años porque pensaba que iba a avergonzar a mis padres. Mi mamá es profesora. Hace poco entró en su sala y escuchó que alguien estaba preguntando qué valores le había dado a su hija para que saliera una bailarina, una puta. Ella se enojó con su colega y le contestó que su hija no había robado ni matado, que era buena persona, y que eso era lo valioso. Esas situaciones me rompen el corazón. Chile es muy conservador y yo soy de un pueblo chico que no está preparado para aceptar el trabajo sexual como un trabajo digno.

-¿En qué momento exacto se enteraron tu papá y tu mamá de que eras bailarina stripper? Supongo que no habrá sido a través del libro.

-Casi. Se enteraron a raíz de que yo estaba escribiéndolo. Cuando firmé contrato con la editorial, no les había contado; cuando tenía el setenta por ciento del libro escrito, tampoco. Tenía una fecha de entrega y lanzamiento y seguía sin hacerlo. Fueron meses de mucho sufrimiento, de crecimiento de mi trastorno de ansiedad. Estuve a punto de meterme en un hospital psiquiátrico porque la angustia y el terror que me sobrepasaban. Jamás había sentido algo así. Tras la reacción de mis padres, que fue de aceptación y respaldo, pensé que me habría gustado contarles antes y sentirme mejor.

Antes le tenía terror a todo. Los pensamientos me desbordaban y temía morirme. Trabajar como performer, plantarme en un escenario, me ayudó a manejar ese trastorno.

Romina Pistolas, escritora y bailarina stripper

-¿Qué pasó con tu libro en Calbuco?

-Hay una sola librería, muy chica. El librero me dijo que había pedido diez copias, porque la gente ahí no es lectora. La novela llegó un miércoles; el sábado tuvo que pedir treinta más. Se la devoraron, para bien o para mal. Iban a comprarla a escondidas, algunos para pelarme (sacarme el cuero), para hablar mal de mí o para saber si había mencionado a alguien del pueblo. También me llegaron comentarios lindos. Una persona me escribió en Instagram, con muchas faltas de ortografía, diciendo que era el primer libro que leía y que le había encantado y quería seguir leyendo. Me emocionó.

-Desnudarte a través del libro ante tus seres queridos te costó más que desnudarte en un escenario frente a desconocidos.

-Sí. Recién ahora comprendo la presión que sentía por la publicación. Había gente que me advertía que podía llegar a matar a mi papá; de vergüenza, de pena o por el shock. Mi papá es supernervioso, tiene casi 80 años y es un hombre que casi no ha salido de su ciudad. Su realidad es distinta de la mía. Hubiera entendido que se enojara: no podía pedirle que tuviera mi deconstrucción o la de un hombre con más cultura, viajado. No sé si alguna vez ha ido a un strip club.

-Explicás tus temores ante la reacción tus padres con argumentos morales, pero también podrían haberse preocupado por tu seguridad. La idea que existe sobre los strip clubs en América latina no se parece a los lugares que describís en Carmen.

-Es cierto. Mi padre imaginaría lo mismo que yo imaginaba a través de estereotipos televisivos: chicas tomando cocaína sentadas en la falda de un cliente con cadenitas de oro. Pero los clientes son, mayormente, querendones, gente común y corriente que quiere divertirse, pasar un buen rato. Los strip clubs en Australia son más que seguros para las trabajadoras y los clientes. Están llenos de guardias y de cámaras, sin lugar para que alguien se sienta vulnerado. Con managers mujeres, que te generan mayor seguridad y empatía, sea porque un día te duelen los ovarios o porque te desmoralizaste o porque tienes un problema familiar y quieres volver a tu casa.

-¿Y hay clientas?

-Siempre. Siempre las ha habido. Las lesbianas son más fieles. Nosotras bromeamos porque los clientes que vienen regularmente duran poquito: quieren un beso o acostarse. Las lesbianas se quedan. Otros descubren su sexualidad o vienen en pareja. Hace poco, un cliente me decía que tenía mucha suerte porque a la novia le encantaba ir a los strip clubs con él. Lo decía como una concesión de ella. Amigo, pensé, cómo te digo que tu novia no lo hace por darte felicidad sino porque le calientan las chicas.

-¿Es cierto que algunos van para hablar de sus vidas?

-Sí. Me toca mucha gente solitaria. O gente casada, harta, que no quiere ir a un burdel porque sentiría que engaña a la esposa o el esposo. Quieren tener una interacción que les permita calentarse, jugar, coquetear. Después, vuelven contentos a sus casas. Una vez me tocó un hombre de unos 90 años que me pidió que lo abrazara durante diez minutos. Me contó que había salido de un hospital después de una internación de tres meses y que no tenía familia. Me dio mucha pena y a la vez sentí que podía hacerle un bien. No fue la única vez que me pidieron un abrazo por dinero.

-En uno de estos clubes conociste a tu ex marido: una de aquellas charlas terminó en matrimonio.

-Sí, así conocí a mi ex marido, que es australiano. Desde que lancé Carmen, vivo pensando en él. El libro aún no fue traducido al inglés, pero en algún momento, en algún lugar, se va a enterar de que existe, que habla de él y de nuestra historia. No sé si tener miedo por su reacción o si estará todo bien.

-¿Qué existió primero: el deseo de convertirte en escritora o de contar tu historia?

-Siempre quise contar cuentos, y alguna vez lo hice. No sé si soy un escritora; me cuesta pensarme así, me resulta intimidante. Durante la pandemia hice, por gusto, un taller con la escritora chilena Camila Gutiérrez (de familia evangélica, autora del libro Joven y alocada, donde narra sus experiencias sexuales libérrimas). Mi novela se armó ahí; le ha ido bien porque creo que es cercano y honesto. Hoy día una chica me puso en Instagram: me gusta tu libro porque no tratas de quedar bien ni contigo misma. Publicar en una editorial independiente como Cuneta me ha hecho sentirme muy cuidada: el tema no es fácil de tratar, ni para ellos ni para mí ni para la prensa.

-Estoy pensando también en la novela Las malas, de Camila Sosa Villada, que tuvo gran éxito con su perspectiva disidente y personal sobre un grupo de travestis que ejercen la prostitución en un parque en Córdoba.

Las malas fue una gran inspiración para mí. Pero la principal fue la literatura de Camila Gutiérrez: me identifico con su escritura; liviana en cambio de densa, con mucho humor, una escritura que se parece al modo en que una piensa. Yo no tengo formación académica. Terminé el colegio en Chile y estudié inglés para poder viajar. Mi única formación fue ese taller. Ahora quiero perfeccionarme, estudiar, seguir escribiendo historias con las que mucha gente pueda identificarse o sentirse menos sola en el tema salud mental. Carmen es un libro de amor, pero no de pareja sino de amistad, como una carta de amor a mis amigas, las que me acompañaron y ayudaron.

-En la novela y en esta charla mencionaste el tema de la salud mental. ¿El baile sin ropa te ayudó con tu trastorno de ansiedad?

-Sí. Antes vivía con terror a todo, absolutamente todo. Los pensamientos me desbordaban, no sabía cómo parar las ideas intrusivas, el constante miedo a la muerte. Empezar a trabajar como performer, tener que plantarme en un escenario y pensar que ahí no podía tener ataques de pánico, me ayudó mucho. En mis años de carrera, jamás he sentido pánico. Mientras más presión te impones, más riesgo de desbordes corres: hay que quitarle poder a la ansiedad; eso hice en el strip club. Y además me permitió ganar un montón de dinero y tener tiempo para poder tratarme. Podría decir que me salvó en más de un sentido. 

 

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Ugo Sybaris

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